Ayer 24 de agosto, Día del Lector, la Cooperadora de la Fragata, nos sorprendió con una caja repleta de libros.
¡¡¡MUCHAS GRACIAS!!!
Ayer 24 de agosto, Día del Lector, la Cooperadora de la Fragata, nos sorprendió con una caja repleta de libros.
¡¡¡MUCHAS GRACIAS!!!
María Teresa Andruetto lee para nosotr@s
"El árbol de lilas".
Un cuento lleno de poesía, búsquedas y encuentros.
"La biblioteca destinada a la educación universal, es más poderosa que nuestros ejércitos." José de San Martín
Recordamos al General don José de San Martín
Su vida transcurre de batalla en batalla, sin embargo siempre manifiesta preocupación por los libros, las bibliotecas y la educación.
Cuando San Martín inicia su carrera militar, siendo casi un niño con once años (España, 1789), comienza a interesarse por la buena lectura y a comprar los libros que integrarían su futura “librería”. Este es el nombre que se le da en el siglo XIX a la colección personal de libros.
El valor dado por el Libertador a la lectura y los buenos libros se evidencia en diferentes hechos. Citamos sólo algunos. Traslada sus libros desde España a Buenos Aires (1812) donde incorpora algunos ejemplares más. El próximo destino es Mendoza (1814); luego cruza la cordillera con sus once cajones de libros hacia Santiago de Chile (1817); y embarca con ellos hacia el destino final: Lima (1818).
Les presento a Ricardo Mariño
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Ingredientes:
2- Huevos
2 unidades.
3- Mandarinas
o naranjas 2 unidades (Usar toda la fruta menos las semillas).
4- Azúcar
2 tazas.
5- Harina
2 tazas.
6- Polvo
royal una cucharadita al ras.
(Sino tienen polvo royal, se puede usar harina leudante)
Forma de preparación:
2- Agregar
las mandarinas previamente procesadas
sin semillas, con piel.
3- Agregar la harina de a poco hasta que quede
una mezcla consistente y pareja. Puede ser útil batir hasta homogeneizar.
4- Agregar este contenido en un molde previamente en
mantecado y enharinado.
5- Cocinar
en horno a temperatura moderada hasta su cocción (50 min. Aprox.)
¿Cómo es el trabajo de Isol? ¿Qué técnicas y materiales usa? |
Cicatrices
Hace mucho tiempo vivía en una aldea que no conocemos un muchacho de veinte años, justo y valiente. Pretendía a una doncella de su edad, blanca como la leche, y tal bella como vanidosa.
El muchacho tenía el rostro cruzado de cicatrices. La doncella, enferma de juvenil frivolidad, exigía para hablar de noviazgo, que el muchacho se quitara las cicatrices del rostro.
El muchacho sabía que esto era imposible, pero la doncella estaba acostumbrada a que se le cumplieran sus más estrafalarios deseos. Así la habían tratado sus padres y los ricos hombres que la cortejaban.
El muchacho pasaba noches de insomnio pensando en cómo satisfacer el requerimiento, y la doncella insistía en que cuando se hubiese quitado las cicatrices, ella lo estaría aguardando.
¿Por qué el muchacho seguía amando a una dama tan necia? ¡Misterio! ¿Por qué una mujer tan agraciada era tan necia? ¡Más misterio!
En una de las noches de insomnio que el muchacho sufría bajo un árbol del bosque (el estado de su alma le hacía imposible permanecer en una cama), acertó a pasar por allí un mago.
El muchacho vio llegar a un hombre en una carreta tirada por un mulo. Cuando el animal se detuvo, el hombre bajó de la carreta; y haciendo un movimiento de manos transformó al mulo en un hombre.
Hizo un pequeño fogón, sacó un pollo de la carreta, lo atravesó con un palo y comenzó a asarlo mientras conversaba con el mulo convertido en hombre.
El muchacho se frotó varias veces los ojos y se acercó impávido al prodigioso dúo.
– ¿Có… có… cómo has hecho eso? -preguntó.
– Oh -dijo el mago sin darle importancia-. Es feo comer solo, y a la hora de la cena, siempre me procuro alguien con quien conversar.
Y ni bien terminó la frase, con un nuevo pase de manos, volvió a transformar al hombre en mulo.
-Ahora ya tengo con quien conversar- digo el mago, haciéndole un ademán al muchacho para que se sentara junto a él.
-¿Cómo haces eso?- repitió el muchacho.
-A excepción de cómo hago mis trucos, podemos conversar de todo lo que quieras respondió el mago. El muchacho, que tenía un solo tema en su magín, acercando su rostro al fuego, mostrándoselo al mago, se apresuró a decir:
-¡Apuesto a que con tu magia podrías quitarme todas las cicatrices del rostro!
-Por supuesto -respondió el mago sin un ápice de vanidad.
-Pues, adelante -dijo el muchacho
-¿Estás seguro de que es lo que quieres? -le preguntó el mago.
-De nada he estado más seguro -dijo el muchacho.
El mago pasó suavemente un dedo por una de las cicatrices del muchacho. De inmediato, entre los dos, se presentó una imagen. Era el recuerdo del día en que el muchacho se había hecho esa cicatriz. Los cosacos atacaban la aldea, y el muchacho, valientemente, salía al encuentro de ellos. El sable de un cosaco le rozaba el rostro.
Pero ahora, en la imagen que el mago presentaba, el recuerdo cambiaba: el muchacho se escondía tras unos toneles y no enfrentaba a los bandidos. Aguardaba escondido hasta que se marchaba, luego de haber realizado todo tipo de tropelías.
Cuando la imagen se desvaneció, nuevamente estaban el mago y el muchacho junto al fogón. El mago fue hasta la carreta y regreso con un espejo. Lo limpió con la manga de su abrigo y se lo extendió al muchacho.
-Mírate -le dijo.
El muchacho se observó. Efectivamente, la cicatriz ya no estaba.
-¡Prodigioso! –exclamó el muchacho.
-No es ningún prodigio -dijo el mago-. Si nunca has peleado contra los cosacos, ¿por qué habrías de tener esa cicatriz? ¿Quieres que te borre las otras?
-¡Por supuesto!- dijo el muchacho. Pero al instante se detuvo:
-Momento -agregó-. ¡Sí he peleado contra los cosacos!
-No -le dijo el mago-.Ya no, y ya no tienes esa cicatriz.
-Solo te he pedido que me borres la cicatriz- dijo el muchacho- no el momento en que me la hicieron.
-Eso- dijo el mago-, es imposible. No lo puede lograr ni el más sabio de los magos.
Si partes de tu vida te han dejado cicatrices, debemos borrar esos recuerdos para borrar las cicatrices. ¿Te borro las demás?
-No -dijo el muchacho
Y luego de comer el pollo, ambos durmieron mansamente.
Cuando el muchacho despertó, al alba y bajo un árbol, el mago ya no estaba.
Corrió a ver a la doncella. -Te he dicho que no te me acercaras hasta que no te quitaras las cicatrices del rostro -le dijo fríamente ella.
El muchacho no respondió a su insulto. Se señaló una cicatriz y le contó su historia.
Señaló otra y otro recuerdo. Una más y otro suceso de su vida. Terminó de contarle el origen de la última cicatriz frente al rabino que los casó…