PIU PIRIPIÚ
La mamá de Felipito Tacatún lo mandó a comprar media docena de huevos.
—“Media docenas de huevos...” repetía Felipito por el camino, para no olvidarse.
Porque era tan distraído que a lo mejor se le ocurría comprar un tarro de moscas, o una escoba o media docena de nubes.
Y le retumbaba en los oídos las palabras de su mamá:
—Cuidado, que los huevos están muy caros. A no tropezar y romperlos.
Felipito compró los huevos y salió del almacén caminando despacito, casi sin respirar y mirándose las zapatillas, bizco de preocupación.
En eso se oyó desde una rama:
“¡ Pi piripí!”
Felipito alzó los ojos para mirar al pájaro que cantaba tan bien cuando ¡zápate! Tropezó, se cayó, y los huevos se hicieron añicos.
Allí nomás se sentó Felipe en el cordón de la vereda a llorar desconsoladamente.
El pajarito, al ver el zafarrancho, se descolgó enseguida de la rama y también se sentó en el cordón de la vereda, diciendo:
“¡Piu piripiú!”
Filipito, triste y preocupado, le dijo:
—Ssh, no cantes.
—No estoy cantando, le dijo el pajarito, te estoy ayudando a llorar.
—Bah, ¿Qué diferencia hay entre tu canto y tu llanto?
—Mucha, le contestó el pajarito, ¿no oíste que antes decía “pi piripí” y ahora digo “piu piripiú”, que en idioma de pajarito quiere decir: “¡Qué desgracia!”
—Sí, contestó Felipe, pero con piu piripiú no vamos a remendar estos huevos rotos, y mi mamá me va a dar una buena paliza.
—Vamos a ver, vamos a píripi ver, le contestó el pajarito. Yo entiendo bastante de éste asunto... Hace mucho, para nacer, yo tuve que romper un huevo con el pico, y romper un huevo desde adentro es mucho más difícil que remendar uno desde afuera, como todo el mundo sabe.
—¿ y cómo vas a hacer algo tan difícil?, le contestó Felipe sin ninguna esperanza.
—Probemos, dijo el pajarito, vamos a ver, vamos a píripi ver.
El pajarito voló hasta su nido, revolvió entre sus cachivaches y sus juguetes viejos y volvió trayendo un carretel de hilo de telaraña, una aguja, un poquito de baba del diablo y una pizquita de leche de higo.
Entre los dos volvieron a llenar, como pudieron, las cáscaras con sus claras y sus yemas.
—Pero, decía Felipito, estas yemas están sucias de barro.
—Ssh, le contestaba el pajarito, que muy apurado cocía las cáscaras con la telaraña, luego pegoteaba las grietas con leche de higo y reforzaba todo con baba del diablo.
Pronto estuvieron en fila los seis huevos, un poquitos sucios y remendados, pero huevos al fin.
—Gracias, pajarito, gritó Felipe muy contento.
Y el pajarito le contestó mientras volví volando a su nido:
“¡Pi piripí!”
Felipito llegó a su casa, la mamá el paquete, vio muy asombrada los huevos remendados, miró de reojo a su hijo y murmuró:
- Hum.
Los partió y vio muy enojada las claras y las yemas revueltas y sucias de barro, pelusa, piedritas, y leche de higo.
—¡Otra vez tropezaste! ¿ no te dije que no tenía dinero para comprar más huevos? ¿ Mereces una buena paliza por distraído, boquiabierta y tropezador! ¿ Ahora no tenemos qué comer!
Y le dio una buena paliza y lo mandó a la cama.
Felipito se tiró en su cama y, restregándose la cola dolorida, se puso a llorar y llorar y réquete llorar.
En eso oyó una vocecita que decía:
“¡Piu piripiú!”
Felipe se levantó, fue hasta la ventana y vio que allí, en una rama, estaba su pajarito ayudándolo a llorar otra vez.
—Ya estoy enterado, le dijo el pajarito, te retaron, te pegaron... lloremos, Felipe: ¡Piu piripiú, piu piripiuuuuuu!
Felipe iba a llorar otra vez, pero... miró bien al pajarito y dijo:
— No, no hace falta llorar más.
—¿Cómo no va a hacer falta, en medio de tantas desgracias?, le contestó el pajarito asombrado. Si que hace falta: ¡¡¡pipiú, piripiú, piupiripiuuuuuu!!!
—Pero te digo que no, lo interrumpió Felipe, qué me importan los retos y las palizas, si hoy he encontrado un amigo como tú... No quiero que llores, quiero que cantes, porque es tan lindo oírte cantar y ser tu amigo que me olvido de todas mis desgracias.
Y el pajarito, luego de pensar un rato, le contestó:
—Tienes razón, cantemos.
Y los dos juntos cantaron:
—¡Pi piripí!
Y verdolín verdolaga,
este cuento así se acaba.
María Elena Walsh
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